Recuerdos de crochet
Te conocí cuando tenía tres años. Las fibras que forman tu silueta fueron conservadas cuidadosamente por mi madre, quien, después de tejer otras prendas por encargo, guardó los sobrantes con la idea de crearte. Sus manos tejieron afectuosamente los puntos intrincados que componen tu existencia. Llegaste lleno de colores, de texturas, de relieves sembrados en una llanura de crochet.
Tu cuerpo entero de ganchillo da vida a caminos apretados formando un paisaje rural: una oveja blanca, un manzano, el sol sonriente, una cerca naranja, nueve hileras de pasto y unas flores diminutas; dos amarillas, dos rojas y una blanca como un mechón que pareciera caer de la oveja que está a su lado; todos ellos suspendidos sobre fibras de cielo azul y bordes colorados.
Al darte la vuelta para ver tu espalda me sorprende la oscuridad de tu noche; puntadas llenas de negro Soulages, silenciosas, taciturnas. No tienes luna ¿o es acaso el espacio gris que termina tu sabana? Eres alba y también ocaso. Tus lanas transforman precariedades en ingenios. En tus hombros, botones en forma de semilla germinan como abriendo una zanja. Botones reciclados, dispares, como piedritas o lunares.
Llegaste hasta aquí para vivir en mi cuerpo. Tu calor sería mi alivio. El frío de la montaña no te daba miedo, tus fibras recias serían barrera que me protegería del viento. Cuando te vestía, la calidez de tu lana ruborizaba mis mejillas. Me contenías, me envolvías, me arrullabas con tu aliento.
En ocasiones me asomaba al balcón, pues me gustaba ver los geranios colgantes cargados de rojos, naranjas y rosados; enganchados en el aire, como mariposas revoloteando. Me vestías en esos momentos. Tu paisaje hacía eco con los tonos de las flores que, al igual que tus colores, fueron escogidas por mi madre. Ahora me enternece pensar en tu sol sonriendo al sol poniente. Fuiste cariño, sosiego, travesuras y llanto.
Agradezco que mi madre te haya conservado todos estos años. Tienes un rincón propio en su cajón, eres el recuerdo de aquellos tiempos; fulgor, oscuridad, dolor y felicidad. ¿Quién diría que el árbol que tejió en tu pecho sería la semilla de su deseo de vivir en el campo? Muchas lunas después, la tierra le daría un manzano. Sembrado por sus manos, creció en la huerta de su casa en el llano.
Llegará el momento de tenerte en mi armario de nuevo. Te mimaré como tú lo hiciste conmigo. Mis manos agradecerán tu suavidad, mi nariz sentirá tu aroma, mis oídos percibirán el roce de tus hebras en mis manos. Te pondré en mi pecho y, frente al espejo, tu calor abrigará mi cuerpo. Aún tendrás tres años; serás recuerdo, alegría y llanto.
Este texto es una carta de amor al chalequito que mi madre me tejió cuando era una niña. Es una aproximación desde los recuerdos y las emociones que me unen a esta pieza.