Ocaso y fulgor
The absent are always present.
Carol Shields, The Stone Diaries
Un sonido fuerte me despierta. Es una mezcla de viento ronco y ecos de agua. Me asomo a la ventana y veo las gotas gordas caer al suelo. Los árboles se mecen como espirales con cascabeles colgantes que resuenan en el aire del amanecer. Me levanto, voy hacia la cocina, hay un olor a tierra. Es el olor del bosque después de una noche de lluvia. Llegué aquí hace unos meses. En París nunca sentí este olor en la madrugada. Mis mañanas se invadían de niños gritando listos para entrar a la escuela, humanos corriendo escaleras abajo, camiones recogiendo la basura y ruidos del metro al llegar a la parada. Aquí los sonidos se transforman, son redondos y suaves. Viajan en el espacio natural que los acoge y los suelta en una especie de danza que hace bien a quien la escucha. Es un pequeño valle arbolado que acompaña a un arroyo diminuto. Los ancestros de esta región la llamaban Powhatan. Es hogar de álamos, robles, del ciclamor de canadá, de cardenales, del zorzal cuelliblanco, de carboneros, del petirrojo americano, del rascador zarcero, del red-shouldered hawk, de la campanilla de virginia, de la spotted trillium, de la col de los pantanos, de ciervos, zorros rojos, mapaches y muchos seres más.
Llegué con el corazón roto. Las primeras semanas se desdoblaron formando una pelota de hilos enredados de asombro, alegría, tristeza profunda, sensación de soledad y duelo. F decidió quitarse la vida, dejando a su familia y a mí en un rincón oscuro sin respuestas. Yo lo había abrazado fuerte al despedirme dos semanas antes de mi partida. Siento todavía sus brazos y su última sonrisa. Pienso en nuestra conversación, en lo que llevaba puesto, en su dolor disfrazado de optimismo. Se me parte el corazón de nuevo. Las últimas palabras que cruzamos una tarde, en un café en París, no me abandonan. Se repiten como eco, se enroscan en una espiral que gira infinitamente.
— Tu n’as pas vieilli, tu es toujours la même!
— Et toi non plus.
— J’ai pris du poids, mais bon, c’est comme ça. Alors, tu pars?
— Oui, dans deux semaines.
— Tu crois que c’est lui le bon?
— Oui.
— Je suis content pour toi.
— Et toi? Tu es heureux ici? Tu te sens comme chez toi?
— Oui. J’ai mes amis ici, mes étudiants aussi, et je vais peut-être m’acheter une maison.
— Tant mieux! Contente pour toi aussi. Tu sais? A et C vont se marier l’année prochaine, je vais peut-être venir à leur mariage. On se verra à ce moment-là, j’espère.
— Oui, on se verra peut-être là-bas…
Salgo a caminar y sin darme cuenta, el bosque me acoge y me lleva arroyo abajo. El viento es fresco, es otoño, la transformación se hace progresiva. Las hojas secas caen de los árboles tiñendo los arbustos holly, vestidos aún de un verde intenso y oscuro. Sigo caminando lentamente por un camino estrecho entre álamos y sicomoros, seres monumentales que en esta época del año se muestran vasculares, desprovistos de su abrigo fotosintético. Escucho un sonido que me detiene, son pequeños cric crac que resuenan en la parte baja de unos matorrales. Me detengo; y con curiosidad observo una familia de gorriones de garganta blanca saltando, curioseando, buscando comida. Sus pequeñas patas rozan las hojas marrones dejando escapar una collar de crujidos que estallan en el aire. Es una melodía povera, simple, bella, íntima. Un pequeño concierto privado que me enternece. Exploto en llanto.
Mi corazón estalla y se encoge al mismo tiempo. El viento regresa, me saca del trance y sigo caminando. Voy desenredando poco a poco. Mientras mis pies sienten la tierra, mis manos tocan las últimas ramitas secas que quedan de pie. Pienso en la muerte, en las despedidas poco claras, en la erosión física y emocional. Mágicamente una pareja de cardenales pasa frente a mí, cruzamos miradas, uno de ellos se lleva en su pico los pensamientos que me invaden, dejándome a cambio asombro y sorpresa.
Terry Tempest Williams escribe que “el duelo es un paisaje físico en el que ningún lugar se siente seguro. Es un estado del ser donde la pena mantiene los ojos firmes”.
Los seres que habitan este bosque sostienen mi pena. los seres que veo cuando lo atravieso y los que permanecen escondidos en el suelo, en los troncos de los árboles descomponiéndose, en las ramas más altas, en el agua del arroyo. Poco a poco me ayudan a dirigir los ojos firmes del duelo hacia otras corografías físicas y mentales. Me ayudan a cerrar los ojos, a escuchar con más atención, a sentir más profundo, a remendar lo que se ha deshecho.
Por decisión propia, ayudada por las circunstancias, he decidido llegar aquí. Un trasplante que no ha sido apacible. Pienso en los otros seres y en los humanos que han tenido que dejar sus tierras en búsqueda de un lugar que les brinde tranquilidad, seguridad y mejores condiciones de vida. Desplazados por la violencia, la guerra, la destrucción de ecosistemas. Mis abuelos maternos dejaron sus territorios huyendo de la guerra entre el Partido Conservador y el Partido Liberal en Colombia a finales de los años cuarenta y principios de los cincuenta. Llegaron a una región verde, húmeda, de temperaturas ardientes en el suroeste del país. Quiero pensar que la biodiversidad de esa región los acogió suavemente brindándoles la posibilidad de sentirse en casa. Quiero imaginar que el sonido de la corriente del río pegando fuerte sobre las rocas en las noches en las que mi abuelo salía a pescar fue un refugio para su destierro.
Escogí un árbol para F. Un inmenso álamo que crece en un bosque vecino. Está dividido en dos. Un lado ha envejecido, las trepadoras secas rodean su tronco sumando textura al todo. El otro lado vive aún. Tiene hojas claras, resplandecientes, cargadas de frutos que se abren como pequeñas alas rígidas y leñosas. Cada vez que puedo lo visito. Contemplo su altura, su tronco, su madera dura. Como un ritual, un lugar en donde encontrarlo, un lugar para hablarle, para escucharlo.
En su ensayo Psyche and Nature el filósofo Glen A. Mazis, refiere el concepto de Gérard Naddaf, de su libro Le Concept de Nature chez les Présocratiques: “para los griegos clásicos presocráticos, psique y phusis* eran un cosmos en el que la materia estaba dotada de alma y los humanos estaban entrelazados en un orden en el que había un proceso de crecimiento de todas las cosas desde el principio hasta el final. La naturaleza era ese orden presente abarcador, cuya denominación deriva de raíces que significa “crecimiento”, y psique como psuchē deriva del verbo psuchein, “respirar, soplar”, y que era la vida dentro de todas las cosas así como la conciencia”.
Quiero alumbrar mi camino con esta antorcha. Aceptar la oscuridad desde la orilla de la muerte y sentir la insondable luz del bosque que me regala vida cada vez que lo visito. Enraizar mis pasos en el suelo, acompasar mi corazón con el respirar del follaje, llenar mis pulmones con el aire frío de la tierra, sentir el reposo y la renovación del mundo natural. Retornar a mi cuerpo-yo, al yo de la corporeidad para entretejerlo con el resto de la naturaleza. Contemplar el ciclo nocturno por el que transita la muerte cuando va al encuentro de la vida, cuando observo las semillas reventar en las espesuras del compost, que ha sido luz, azúcar y ocaso a la vez. F está presente con su ausencia, en cada canto matinal, en la flor de álamo que se desprende y cae al suelo transformándose en manjar para las hormigas. Toda su sombra está conmigo, su resplandor se instaló perpetuamente en mi interior.
Mazis, Glen A. (2007).Psyche and Nature. Spring Journal Inc.
*Designa todo lo que es y sucede, la naturaleza.