Tejiendo afectos

En un puesto llamado The crow’s nook” en un mercado de antigüedades en el sur de Virginia, me encontré muchos quilts* o acolchados sin terminar. Estaban hechos con retazos de tela de flores diminutas y rayas de los años cuarenta. Sin ningún orden específico o patrón que regulara la forma de las piezas, los tejidos se componían por sí solos siguiendo la prescripción del universo: un mar de cuadritos cosidos al azar, triángulos a manera de estrellas, llanuras abstractas contenidas con nervaduras. Era un rincón donde pequeños tesoros formaban una maraña diversa, como si un cuervo hubiera pasado por allí dejando caer de su pico cada objeto que componía el espacio. Con parsimonia y sin desordenar el desorden, me dispuse a estudiar cada pieza. Quería ver cómo estaban hechos los acolchados. Sentir la textura de los hilos del revés de la tela. Pasar los dedos por los algodones. Imaginar quién cosió cada rectángulo y sorprenderme con la vida que cada uno de ellos contenía.

Empecé a interesarme por los quilts de Norte América cuando puse los pies en Virginia, la tierra donde los primeros colonos se asentaron abriéndose espacio entre los árboles para construir las primeras viviendas y empezar una nueva existencia. Las mujeres y los quilts han estado juntos desde el comienzo. Después de largas jornadas de trabajo en el campo o en el hogar, dedicaban gran parte de sus horas libres a hacer colchas de retazos. En un principio utilizaban trozos de tela de ropa vieja para su elaboración y el propósito era esencialmente funcional: proteger el cuerpo en las noches heladas de invierno y eventualmente aislar puertas y ventanas para impedir que el viento se incrustara por las fisuras de la madera.
Con el tiempo, la confección de colchas pasó de ser una empresa extremadamente práctica a una forma de arte elaborada y muy personal. En Pioneer Quiltmaker: The Story of Dorinda Moody Slade, la escritora Carolyn O. Davis cuenta la historia de Dorinda Moody, una mujer de una comunidad mormona que se asentó en una parte de Utah muy alejada de otros asentamientos. A pesar de la vida dura y difícil, Dorinda encontró tiempo para diseñar y hacer colchas. Dorinda obtenía ideas para sus colchas de su propia mente creativa y de los árboles, plantas y objetos naturales que la rodeaban. Siempre tenía un cuaderno y un lápiz en la mesa junto a su cama. Cuando se le ocurría un diseño de colcha, encendía su lámpara de carbón y dibujaba el diseño”.

El hilo que teje este arte y mi interés por él, recoge también mi inclinación y afecto por el quehacer manual. El hacer con las manos, con el cuerpo. Tener entre los dedos un hilo y una aguja para crear algo es un acto de magia. La práctica manual no solo transforma al material sino también al hacedor. El espíritu creador infunde serenidad al alma. Cuando puse los pies en esta tierra desconocida para mí, sin amistades o círculo social, la sensación de estar sin raíces me invadió desde el inicio. Poco a poco el quehacer manual me ha enraizado en el presente; es el puente entre lo que ya no tengo y mi nueva vida. Me ha devuelto afectos que tenía empolvados, ha sido el catalizador para expresar panoramas emocionales difíciles que, en ocasiones, no puedo procesar por sí sola. Ha sido el hilo que me teje al día a día.

Louise Bourgeois lo explica bellamente: El acto de coser, es un proceso de reparación emocional”.

He observado a mi madre refugiarse también en los trabajos manuales. En días de ánimos apagados; horas de punto de cruz, patchwork, crochet o cualquier otra técnica la ayudan a calmar el espíritu y a conectarse de nuevo con la calma interior. Sé que todavía conserva un chalequito que tejió para mí cuando era una niña con los restos de lana de otras prendas que creó por encargo. La pieza da forma a un paisaje rural con una oveja, un manzano, el sol, nubes y montañas; todos ellos suspendidos bajo fibras de cielo azul y bordes rojos. Son hebras que contienen precariedades transformadas en ingenios.

De niña pasaba largos ratos hojeando los cuadernos de apuntes de las clases de costura de mis tías. Cada hoja a cuadros, tenía en algún rincón un patrón pequeñito hecho con papel de seda de colores pastel. Miniaturas que servían para ilustrar mejor los patrones de blusas, vestidos, pantalones y faldas. Mi favorito era el de una falda campana de color rosa, estaba doblado varias veces, parecía un abanico. Me gustaba porque me entretenía doblando y desdoblando los pliegues hasta que se me ocurría pasar a la página siguiente para observar los apuntes de la siguiente prenda. Quería entender cómo funcionaba hacer ropa. En ocasiones pedía de regalo telas y encargaba a una costurera blusas o vestidos. Les contaba la idea que tenía en mente y ellas realizaban mis diseños”. Muchos años después, tomé clases de patronaje y de costura y, se abrió para mí todo un nuevo universo.

Las mujeres que se reúnen para hacer quilts, para bordar, coser o tejer encuentran en el quehacer un medio de expresión y empoderamiento propio; un espacio compartido con otras mujeres conteniendo experiencias de vida y emociones. Una fuerza unificadora, un interés creativo común, una fuente de satisfacción comunitaria y de logros personales. Prácticas manuales encarnadas que generan conocimiento y que traen consigo actos de regeneración y de revivificación. Espacios en donde se tejen conversaciones, emociones. Contra-prácticas que se instalan en la orilla del quehacer lento, a contracorriente de la inmediatez que imponen nuestras sociedades, es una forma de resistencia.

Aunque las prácticas manuales no me han sido transmitidas directamente de las manos de mi madre, observarla hacer con hilos y agujas dejó una impresión en mí desde pequeña y preparó el terreno para que años después yo misma me iniciara en el quehacer manual. Me ha ayudado a habitar de manera más corporal mi vida y los espacios que habito. Es parte activa de las relaciones que tejo con el entorno en este planeta Tierra del que soy parte.

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*Un quilt tradicional está compuesto por dos capas de tejido y un material de relleno (guata). La parte superior está hecha con múltiples piezas unidas entre sí formando una especie de patchwork. Hay infinidad de patrones: motivos geométricos, combinaciones caprichosas, aleatorias y libres, motivos florales, animales, orgánicos y representaciones humanas. Las tres capas se cosen a mano, con las técnicas del acolchado, uniendo la capa superior, el relleno y la capa inferior. Las puntadas a mano pueden formar un motivo igualmente, sumando a la belleza de la técnica.

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